La vocación
sacerdotal y/o religiosa es un don de
Dios, que constituye ciertamente un gran bien para quien es su primer
destinatario. Pero es también un don para toda la Iglesia, un bien para su vida
y misión. Ella es responsable del nacimiento y de la maduración de las
vocaciones sacerdotales. En consecuencia, la pastoral vocacional tiene como
sujeto activo, como protagonista, a la comunidad eclesial como tal, en sus
diversas expresiones: desde la Iglesia universal a la Iglesia particular y,
análogamente, desde ésta a la parroquia y a todos los estamentos del Pueblo de
Dios.
Es muy urgente, sobre todo hoy, que se difunda y
arraigue la convicción de que todos los miembros de la iglesia, sin excluir
ninguno, tienen la responsabilidad de cuidar las vocaciones.
La primera responsabilidad de la pastoral
orientada a las vocaciones sacerdotales es el Obispo, que está llamado a
vivirla en primera persona, aunque podrá y deberá suscitar abundantes tipos de
colaboraciones. A él, que es padre y amigo en su presbiterio, le corresponde,
ante todo, la solicitud de dar continuidad al carisma y al ministerio
presbiteral, incorporando a él nuevos miembros con la imposición vocacional
esté siempre presente en todo el ámbito de la pastoral ordinaria, es más, que
esté plenamente integrada y como identificada con ella. A él compete el deber
de promover y coordinar las diversas iniciativas vocacionales.
El Obispo sabe que
puede contar ante todo con la colaboración de su presbiterio. Todos los
sacerdotes son solidarios y corresponsables con él en la búsqueda y promoción
de las vocaciones presbiterales. En efecto, como afirma el Concilio, «a los
sacerdotes, en cuanto educadores en la fe, atañe procurar, por sí mismos o por
otros, que cada uno de los fieles sea llevado en el Espíritu Santo a cultivar
su propia vocación».
Una responsabilidad
particularísima está confiada a la familia cristiana que en virtud del
sacramento del matrimonio participa, de modo propio y original, en la misión
educativa de la Iglesia maestra y madre. Como han afirmado los Padres
sinodales, «la familia cristiana, que es verdaderamente "como iglesia
doméstica" (Lumen gentium, 11), ha ofrecido siempre y continúa ofreciendo
las condiciones favorables para el nacimiento de las vocaciones. Y puesto que
hoy la imagen de la familia cristiana está en peligro, se debe dar gran
importancia a la pastoral familiar, de modo que las mismas familias, acogiendo
generosamente el don de la vida humana, formen "como un primer
seminario" (Optatam totius, 2) en el que los hijos puedan adquirir, desde
el comienzo, el sentido de la piedad y de la oración y el amor a la Iglesia» En
la continuidad y en sintonía con la labor de los padres y de la familia está la
escuela, llamada a vivir su identidad de «comunidad educativa» incluso con una
propuesta cultural capaz de iluminar la dimensión vocacional como valor propio
y fundamental de la persona humana. Papa Benedicto XVI,